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Algunas voces que gustan de los análisis simples y bicolores suelen contraponer los términos emprendedor y empresario, como si fueran conceptos diametralmente opuestos, enfrentados dialécticamente.
Estas voces le atribuyen al emprendedor virtudes entre cardinales y teologales, dentro de las cuales destacan el ser valiente, creativo, visionario, energético y moderno. Por otro lado, al empresario se le tilda de frío, analítico, amante del lucro y conservador.
A la luz de mi experiencia de más de 30 años conviviendo con el mundo de la empresa, puedo decir que no existe aquella oposición.
En primer lugar, casi nadie es plenamente empresario o emprendedor; la inmensa mayoría de los hombres de empresa somos una mezcla de ambos conceptos.
Algunos pocos son plenamente emprendedores, cuales Juan Tenorio que, una vez enamorada la presa, la abandonan por la siguiente. Algunos pocos son plenamente empresarios, que solo administran o gestionan. La inmensa mayoría somos una mezcla más bien promedio e imperfecta de empresarios y emprendedores, algunos algo más cargados al emprendimiento y otros más hacia la gestión. Muy pocos son excelentes emprendedores y excelentes empresarios simultáneamente, tipo Henry Ford o Elon Musk. Y para qué hablar de los pésimos emprendedores y simultáneamente pésimos empresarios: ellos nunca pasarán de la ronda Family, Friends, and Fools y desaparecerán por selección natural darwiniana.
En segundo lugar, emprendimiento y empresa son un continuo. Salvo en sus primeras horas de vida en una servilleta de papel, la idea debe concretarse en hechos y actos de carácter organizativo que van convirtiendo a la idea en empresa. A medida que esta avanza, deberá ir armando un equipo directivo, adoptando sistemas, creando reportería para los financistas, preparando presupuestos, etc. Más temprano que tarde, ya no quedarán rastros de la romántica servilleta.
En tercer lugar, nunca va a existir financiamiento para un emprendimiento si no hay un cierto nivel de certeza de que, de ser exitosa y fructífera la idea inicial, los inversionistas podrán a lo menos recuperar la inversión vendiendo/fusionando/abriendo la empresa con terceros. Si al capital se le dice “eres muy bienvenido para financiar emprendimiento, pero, si este es exitoso y se convierte en empresa, te vamos a hacer la vida imposible”, los financistas claramente no van a querer participar. Ya son demasiado altos los riesgos inherentes al capital de riesgo (solo un emprendimiento entre diez es realmente exitoso) como para agregarle incertidumbre de tipo regulatorio, tributario o reputacional. Hay mucha gente generosa que hace filantropía por la sola alegría de ayudar a terceros más necesitados, regalando plata y tiempo a proyectos, fundaciones o agrupaciones sin fines de lucro. Pero no he conocido aún a nadie que le regale plata a organizaciones con fines de lucro a sabiendas de que no la van a recuperar. La filantropía no existe en el mundo del emprendimiento.